domingo, 20 de diciembre de 2009

A Marina


El Sol despunta en el horizonte,
alejando las sombras de la Noche
acuchilladas por haces de luz,
que se disipan jugando a esconderse
entre raíces y surcos de viento y azur.
Es una mañana de Abril.
Las gotas de rocío bañan el jardín
como perlas zafiradas de un antiguo Edén,
y el Céfiro acude a besar
las madreselvas que escalan tu ventana
para acariciar tu sonrisa despeinada.
Amenece el día en nuestra alcoba.
Mi mirada cae absorta por el cristal
acrisolado que anuncia un Sol de nácar,
y mi rostro taciturno aún recuerda
aquel sueño -teñido de champac y de ámbar gris-
del que nunca supo el final.
Mis pupilas resiguen las sábanas vacías
con la casi pueril esperanza de verte
en ellas dibujada.
Ha amanecido otra mañana de Iris
y aún no has regresado.
Me pides que no te anhele,
que no añore acariciar tu cabello,
beber de tus ojos de esmeralda
y besar tus labios de húmedo fuego.
Sin embargo, no comprendes.
Quiero ver del día los albores acostado a tu vera,
y respirar juntos de la floresta su almizcle.
Porqué si tu estás lejos, pequeña,
a mi jardín se le olvida que es Primavera.

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