viernes, 21 de mayo de 2010

Sobre el amor

Dicen que un todo está formado de distintas partes.
Aunque supongo que esto es una discusión demadiado banal
-y sin embargo demasiado disfrazada de profunda-
como para tratarla aquí.


No obstante, el amor, ¿es un todo?


Es el todo.

Malditas discusiones paralelas.


¿Qué es el amor, entonces? ¿Qué ingredientes lo conforman?

El amor consta de todo cuanto hay en el mundo de sublime.
Y lo sublime se halla en la esencia de las cosas.


En la esencia de las cosas.

Eso dije.

El amor se alboroza con el trino del jilguero
y con el alba temprana de abril.
El amor se esconde en las cuajadas de rocío
y en el silencio de las estrellas lejanas.
El amor está en las nubes, y en lo alto de los montes,
y en la noche callada y perfecta como un círculo.

El amor está en las grandes cosas.

Al contrario. En las más pequeñas.
El amor está en la mirada indecisa, titubeante,
efímera como la cresta de una ola cansada
-que rápidamente se camufla entre las que dicen asemejársele-.
En una sonrisa tierna, suave, de verso,
en una mirada triste, en una caricia leve.
El amor está en unas pupilas oceánicas o en una palabra exraviada,
o en la lluvia o en la niebla,
o en el arpegio disonante de una canción mal comprendida.


El amor está bajo una piedra o quizás sobre una nube:
en todo cuanto amanece bajo la bóveda despejada del cielo infinito.


Ah, el amor.


El amor es una elevación del espíritu
que la bajeza del ser humano raras veces soporta.



Curioso.

¡Con lo puro y diáfano que es el aire entre las nubes!

Yo he subido a las cimas a través de unas pupilas de agua y de sueño.
Cuando el sol se esconde juego a tejerles versos infinitos
con el algodón delgado de las nubes y con el silencio pleno de la noche.