Corre en el bosque, grácil Dulcinea,
y de las ondas de tu melodía
en la hondonada derrama la amnistía
del alma triste que el placer abnega.
Salta y ríe, mi ninfa, musa amada,
torna en verde ese deshojado enjambre,
y en lirios muda el espinado alambre
que cercena mi huerta acrisolada.
Bebe el viento en mi arroyo plateado
y toma el fruto rojo en mi manzano,
que preso por ti, su vejez escombra.
Y usa las nubes como fiel heraldo
para susurrar con talle artesano
que el verde nunca se deshará en sombra.
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